domingo, 31 de diciembre de 2006

Brindis

Un brindis por el año que acaba, y otro por el que comienza.
Un brindis por ti, que me visitas de vez en cuando, que me comentas (o no), que te sientes identificad@ con mis vivencias (o no), que compartes (o no) lo que pienso.

Otro brindis por haber descubierto la oportunidad que me da la red de poder contar lo que vivo, siento y pienso con total libertad. Reconozco que a veces me cohíbo un poco. No sé si es porque tengo un atisbo de timidez cada vez que me pongo a escribir unas letras, o porque no sé si sabré reflejar lo que siento tan bien como leo en tu rincón, y en algún otro... De cualquier forma, creo que es cuestión de tiempo, y de posts, que me sienta cada vez más como en casa, y me desnude del todo.


Un brindis por ese mensaje que recibo y me hace sonreir, o me deja sin palabras por lo inesperado, por lo intenso o por lo simpático. Nunca me dejas indiferente.

Otro brindis por las charlas que mantenemos. Curioso. A veces hablamos de temas serios, parece que arreglaremos el mundo. Otras veces nos soltamos la melena, nos dejamos llevar y jugamos, nos excitamos, reímos, imaginamos... Curioso.

Hay más brindis: otro por esta noche, que es la antesala de un nuevo año, y que, aunque es una barrera ficticia, y no tiene ningún significado sino el que le queramos dar, a veces necesitamos hacer una línea para traspasarla y poder continuar. La nochevieja es una excusa, igual de válida que cualquier otra para darnos fuerza, al menos a mí.
Esta noche no será como yo hubiese imaginado hace unos meses. No empezaré el año disfrutando del sexo, de un buen polvo con alguien a quién deseo, eso lo tengo claro... quizá el año que viene. Sin embargo lo pasaré con amigos, los que siempre han estado ahí, aunque no se les viera. Empezaré el año con uvas, con cava, con abrazos, con risas, con confetti, con música, con juegos, con más risas... con energía. Empezaré el año con recuerdos, poniéndoles una sonrisa a todos esos recuerdos, fuesen buenos o malos; una sonrisa porque ya pasaron. Lo empezaré viéndote por un agujerito, a ti, que me lees. Te veré empezando el año a tu manera, con tu sonrisa, con tus sueños y tus ilusiones. Otro brindis será por ti.

Mi deseo para ti, ya lo sabes, es que lo peor que te pase en 2007 sea como lo mejor que te pasó en 2006.

Sé feliz, te lo mereces.

sábado, 30 de diciembre de 2006

Recuerdos… ilusiones

Ahora tengo una sensación extraña. La visita a mi familia, a mis amigos ha sido una gran idea. Me he sentido realmente bien, aunque el tiempo era escaso y pasó demasiado rápido. Es curioso ver como, a pesar de haber pasado tanto tiempo, es como si no nos hubiésemos separado nunca: nuestras charlas, nuestras risas, nuestras copas… Fue genial, y de veras les echo mucho de menos a cada uno de ellos. Son grandes amigos, siempre han estado ahí cuando he necesitado apoyo, un consejo, una sonrisa, un abrazo, una juerga… de la misma manera que he estado yo, y eso es irremplazable.

Me gustaría pensar que aquí, en mi nueva vida, encontraré amigos así. Es difícil, lo sé, pero, ¿imposible? Me niego a pensarlo siquiera. Quiero pensar que no hay nada imposible: ni que yo sea realmente feliz, ni que encuentre esa amistad duradera, ni siquiera que algún día encuentre el amor. “De ilusiones también se vive” que diría alguien… pues sí, de ilusiones, hay que vivir de algo aunque sólo sea de ilusiones.

Y comenzamos un nuevo año. Es una excusa perfecta para cambiarse las gafas de ver la vida. Ponerse unas de colores vivos, con cristales claros, que nos hagan mirar a nuestro alrededor y comprobar que todo está por ocurrir, que la felicidad está ahí, en algún sitio, y algún día daremos con ella.

También es el momento de echar un vistazo, sólo de reojo, al año que acaba. Da un poco de vértigo. Me han pasado muchas cosas en este año y algunas de ellas no me las hubiera ni imaginado en los meses de febrero o marzo, sin embargo han pasado, y he sobrevivido. Ahora, mirando atrás, pienso que si pasó sería por algo, así que no vale la pena pensarlo más.

Me cambio las gafas. Decidido. Mañana empieza la cuenta atrás hacia un nuevo año y lo voy a afrontar con ganas. Te parecerá una tontería, pero voy a traspasar esa puerta, de las 0.00h del día 31 de diciembre como si entrara en un lugar nuevo, con miles de cosas por descubrir. Voy a ilusionarme de nuevo… ¡que ya toca!

sábado, 23 de diciembre de 2006

Bon Nadal - Feliz Navidad !!!


Feliz Navidad a tod@s. Yo me voy a coger un avión... como el turrón, vuelvo a casa por Navidad!!


Os deseo muchas alegrías en estos días, y nos vemos a la vuelta.


Sed felices!

sábado, 16 de diciembre de 2006

De la amistad a ... (y II)

… nos fuimos a mi casa, estaba más cerca, y no podíamos esperar más. Pasamos por una farmacia, a comprar condones, claro. No teníamos aquello premeditado, y no íbamos preparados. Mientras íbamos en el coche sentí un pellizco en el estómago. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué significaba aquello? Le miré de reojo. Sus ojos… su sonrisa… Me miró también, sonreí… me dejé llevar.

Abrí la puerta de casa, y antes de que pudiera cerrarla y decir una sola palabra, me abrazó y me besó con tanta pasión que me temblaron las piernas, creí que me desplomaría allí mismo. Noté su sexo, que pugnaba por salir del pantalón. Me apreté contra él porque me encantó. Puse mis manos en su trasero y empujé… me derretía de deseo. Aquello ya era irremediable, era como si nunca hubiésemos hecho el amor. Nos invadía una oleada de deseo irrefrenable.

Sus manos desabrochaban los botones de mi camisa, mis pechos eran su próximo objetivo. Con una mano, increíblemente rápido, desabrochó mi sujetador y mis pezones saltaron, libres, deseosos de caricias. Me encantaba que los acariciara, lamiera, mordisqueara… me estaba volviendo loca y notaba como mi sexo se humedecía por momentos.

Casi a la vez, dimos un paso más. Mutuamente nos desabrochábamos el pantalón, mirándonos a los ojos, devorándonos con la mirada y respirando agitadamente. Él fue más rápido, hundió sus dedos en mi sexo, empapándolos, yo casi grité de deseo. Cogí su polla con mi mano, y supe que la quería ya, en aquel momento. Saqué un condón, y se lo puse, suavemente, sin dejar de besarle. Entonces allí mismo, en el recibidor de mi casa, con mis piernas rodeando su cintura y mi espalda contra la pared me hizo suya. Me abracé fuertemente a su cuello, y nos fundimos en un furor desatado. ¡Cómo se movía! ¡Cómo empujaba y cómo le sentía dentro de mí! Evidentemente no duramos mucho, estábamos demasiado ansiosos, pero fue fantástico.

A los diez minutos, ya estábamos otra vez, pero en esta ocasión en la cama, donde nos disfrutamos mucho más, deteniéndonos en cada rincón, conociéndonos mucho más íntimamente.

Después de ese encuentro hubo muchos más. Sentíamos algo especial el uno por el otro, aunque no era verdadero amor, y ambos lo sabíamos. Tampoco era sólo sexo, había algo más, quizás era que teníamos muchas cosas en común, que éramos muy parecidos, y evidentemente que nos encantaba follar y nos entendíamos muy bien, dentro y fuera de la cama.

Es curioso, debería ser así el amor de tu vida. Amistad, cariño, sexo, complicidad: era perfecto, pero nosotros, empeñados como estábamos en que solamente éramos amigos, dejamos las cosas ahí. Ahora vivimos lejos, alguna vez nos llamamos, pero cada vez menos, porque sabemos que no nos beneficia. Quizás era nuestro tren, y le dejamos pasar de largo. Nunca lo sabré, pero siempre le guardaré un cariño especial. La próxima vez que pase un tren así, igual no le dejo escapar.

sábado, 9 de diciembre de 2006

De la amistad a... (I)

Era mi amigo desde la Universidad. De hecho íbamos en grupo, siempre nos recogía en su coche, cuatro chicos y yo. Siempre tuve tendencia a ir con los chicos, por una cosa o por otra, y la verdad es que me lo pasaba genial.
Desde que le conocí, tenía novia, una chica muy maja, por cierto, que también se convirtió en amiga mía; hacían muy buena pareja. Yo también salía con un chico, aquellos primeros amores… De pronto, por esas cosas que pasan, acabó su historia, y a los tres meses la mía. Nos convertimos en dos incomprendidos, cuestionados, mirados de reojo por nuestro entorno, y eso fue lo que nos unió. Teníamos largas charlas, delante de una cerveza, era como si sólo fuésemos capaces de desnudar nuestras almas el uno con el otro. Nos convertimos en almas gemelas, inseparables, grandes amigos.

Por lo que sea, y sin saber cómo, un día pasó… Estábamos en un pub, su preferido, donde nos reuníamos por la tarde-noche a charlar. Nos solíamos poner en la barra, pero ese día había mucha gente y decidimos sentarnos en una mesita. Eran de aquellas rodeadas de sillas tipo banco, acolchadas, así que nos sentamos uno al lado del otro, para no tener que gritar al hablar.

En plena conversación, yo estaba explicándole no se qué, hablando acaloradamente, agitando mis manos. De pronto me di cuenta de que no me escuchaba. Sus grandes ojos, entre verdes y marrones, perfilados de largas pestañas negras, estaban clavados en los míos, y se dibujaba media sonrisa en su boca. Cuando me percaté de que estaba hablando para la pared, me callé de golpe. Le pregunté:

- ¿Me estás escuchando?
- No, te estoy mirando
– me contestó con una sonrisa descarada.
- Pero, ¿cómo tienes tanto morro? ¿Y qué miras, si puedo saberlo? – quería permanecer seria, pero no podía, con él no podía.
- Miro tu boca. Me gustaría besarla. ¿Puedo?
- ¿¿Qué??

No me lo esperaba, la verdad. Me cogió de sorpresa, así que sólo pude reírme. No sabía si hablaba en serio o se estaba quedando conmigo, pero lo averigüé de inmediato. Se fue acercando poco a poco a mí, agarró mi mano, como para evitar que se lo impidiera, y sus labios se posaron en los míos, suavemente, rozándolos. Otra vez, y otra. Cerré los ojos y me dejé llevar… me gustaba… empecé a notar un pellizco en el estómago, un amago de deseo, que me gustaba. Le devolví los besos, abrí mis labios poco a poco y noté los suyos, su lengua, rozando la mía.

Fue uno de los mejores besos que he recibido jamás. Por lo inesperado, por lo dulce, por lo apasionado, por lo que significaba… yo no quería que acabara, y desde luego él tampoco. Se acercó un poco más, con la otra mano rodeó mi cuello y me apretó contra él. Ardía de deseo, lo notaba, y yo también.
Sin abrir los ojos, puse mis piernas sobre las suyas, para estar más cerca. Queríamos ser uno, fundirnos el uno con el otro. Nuestras bocas ya lo hacían. Las lenguas entrelazadas, explorándose, lamiéndose, acariciándose…
Fue entonces cuando su mano, osada, soltó la mía, y fue deslizándose bajo mi blusa, despacito, temblorosa, se posó en mi pecho. Mi pezón parecía de piedra, y el contacto de sus dedos por encima del encaje del sujetador me hizo estremecer, un pequeño gemido escapó de mi garganta. Quería que siguiera, así que le dejé hacer.
Mientras seguía explorando mi boca, lamiendo y mordisqueando mis labios, y ofreciéndome los suyos a cambio, su mano se hizo con mi pecho, ya por debajo del sujetador, era suyo y él, para asegurarse, lo apretaba, lo acariciaba…
El deseo era cada vez más fuerte, más incontrolado. Yo notaba la humedad delatora del deseo y la pasión. Apretaba mis muslos, para consolarme, o intentarlo al menos.
Entonces, como si lo hubiésemos acordado, abrimos los ojos, nos separamos un poco, y nos miramos con una expresión mezcla de extrañeza, deseo, pasión, confusión.
- ¿Qué estamos haciendo? – susurré.
- No lo sé – balbuceó él – pero me gusta.
Y entonces, como si supiera que uno de mis puntos erógenos, que me hacen derretir, es el cuello, llevó su boca hasta allí y lo besó, lo lamió, lo mordisqueó hasta que yo no pude aguantar más, y arrebaté esos labios de mi cuello, quería comérmelos de nuevo.
Estábamos locos, pero nos gustaba, y queríamos más. No podíamos seguir allí, miré de reojo a mi alrededor, y a pesar de que todos parecían estar a lo suyo, supe que en el fondo no era así. Nos conocían, nos habían visto por allí muchas veces, sabían que sólo éramos amigos… y nada más… ¿o no?

Mientras yo pensaba en eso, su boca se acercó a mi oído y susurró:
- ¿Nos vamos?
- Vale.

Y nos fuimos a buscar más intimidad. Teníamos que saber cómo acabaría aquello, teníamos que dejarnos llevar por la pasión, a solas. Y lo hicimos…

viernes, 8 de diciembre de 2006

Pasar página

Ayer di un gran paso. Sí. Quizás a ti no te lo parezca, dirás que es una tontería, pero para mí es un gran avance: He borrado todos sus mensajes de mi móvil. Cómo lo lees. Y te explico por qué es importante: Yo le doy mucha relevancia a las pequeñas cosas, los pequeños detalles, esos que cuando los recuerdas te late más rápido el corazón, o se te encoge el estómago, o se te escapa una lagrimita. Por eso tenía todos los mensajes almacenados, o si no todos, al menos los que me permitía la memoria del móvil.

Había mensajes bonitos, de nuestros mejores momentos; también había mensajes de los peores momentos, aquellos que se escribieron cuando habíamos discutido; los había de reconciliación, cuando volvíamos a empezar viéndolo todo posible.

Los he borrado porque me hacían daño. Me dolía verlos, me dolía releerlos, incluso a veces no era dolor lo que sentía, sino impotencia, me hacían sentir tonta por haber dedicado tanto amor a quien no se lo merecía.
Te parecerá una tontería, pero conforme los iba borrando, una sensación de liberación invadía mi cuerpo. No había sido capaz de hacerlo antes, así que me sentí muy fuerte, capaz de cualquier cosa.

La desaparición de esos mensajes me hará desvincularme un poco más de esos recuerdos, y abrir la puerta, o al menos una rendija de la ventana para una nueva vida.
Ya digo, que habrá quien no me entienda, pero a lo mejor alguien que ha pasado por esto alguna vez, y se ha sentido así por un momento, sabe de lo que hablo. Es como pasar página.

jueves, 7 de diciembre de 2006

¿Te espero?

¿Te espero, amor?
Pensé en ti nada más despertar, me estremecí, y con una sonrisa, me dormí de nuevo. Volví a pensar en ti mientras miraba la lluvia, a través del cristal, sabía que tú también la mirabas. Sobre todo pensé en ti mientras me duchaba. El agua caliente se deslizaba por mi cuerpo y eras tú, que me acariciabas, que rozabas cada rincón haciéndome temblar. Me gustaba sentir ese pequeño placer.

Ahora, relajada, también pienso en ti. Quien quiera que seas, dónde quiera que estés, sé que estás ahí, cerca, muy cerca, y que vendrás. Por eso ya lo he decidido: te espero…

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Invierno...

Invierno… y no estás
Te busco a mi lado,
sólo eres pasado.
Te huelo, te oigo,
no sé si te odio
Invierno… y no estás.

Mi cama… y no estás
Mis ojos se apagan,
mi mente divaga,
era contigo el futuro,
y hoy todo es oscuro.
Mi cama… y no estás.

La vida… y no estás
Tú ríes, lloras, hablas, juegas,
sueñas, vas, vuelves, vives…
Yo pienso, yo sólo recuerdo,
me atenaza el miedo.
La vida… y no estás.

lunes, 27 de noviembre de 2006

El perfume

Acabo de llegar del cine. He visto “El Perfume”. He salido de allí con la misma sensación que cuando acabé de leer el libro… (tranqui, no desvelaré nada, por si la vas a ver).
Tengo que reconocer que el libro me impresionó muchísimo, y la forma que tiene el autor de describir los olores, era tan real que si te dejabas llevar, casi te parecía estar oliéndolo.
Es curioso esto de los perfumes, los olores. ¿No te ha pasado nunca que cuándo piensas en un determinado sitio, te da la sensación de percibir su olor característico? ¿Y no te ha ocurrido que cuando hueles un determinado perfume, sientes un pellizco en el estómago porque le recuerdas a él (o ella)? Yo aún soy incapaz de acercarme a cierta marca de perfume masculino…

Por cierto, ve a ver la peli, te gustará...

domingo, 26 de noviembre de 2006

Perdida en la ciudad



Cuando decidí venir a vivir a Barcelona lo hice porque me encanta esta ciudad. Pensé, y sigo pensado, que lo que no encuentres aquí es que no existe. Hay montones de opciones de trabajo, de ocio… Sólo has de encontrar tu sitio.

Durante un tiempo fui feliz, y creí que estaba encontrando mi sitio en esta gran ciudad. Encontré trabajo, amigos nuevos, el amor… no necesitaba nada más. Sin embargo, cosas que pasan, todo se fue al garete y de estar tocando la felicidad con la punta de mis dedos acabé en la situación en la que me encuentro ahora: Perdida en la ciudad.

Siempre he dicho que Barcelona puede ser lo mejor, pero también lo peor, ya que a pesar de tener tantas opciones, si te sientes sola y no sabes dónde ir, todas esas alternativas de ocio no sirven para otra cosa que para hacerte sentir peor.

En mi caso, la ruptura sentimental fue algo más que eso, ya que también supuso un alejamiento de los amigos. Me explico: cuando llegué a esta ciudad, encontré a un grupo de amigos con los que tenía muy buen rollo, y cometí el error de enamorarme de uno de ellos, y ser correspondida. Todo fue muy bien al principio, incluso vivíamos juntos, pero cuando todo acabó y quedé tan destrozada, no me veía capaz (ni aún me veo) de seguir saliendo con la misma gente y verle a él.

Ahora estoy en esa etapa de asimilar lo ocurrido, y pasar página. Cada día me lo repito: ¡¡SOBREVIVIRÉ!!, pero aún me siento perdida, no solo no he encontrado mi sitio, sino que tengo que empezar desde cero a buscarlo…

¿Sobreviviré?

sábado, 25 de noviembre de 2006

El masajista (y III)

Francamente, me costaba creer que el masaje que iba a recibir aquel día superase al del día anterior, pero allí estaba yo, con mi albornoz y esperando mi turno para dejarme llevar por aquellas maravillosas manos.

Puntualmente llegó mi masajista. Le vi incluso más atractivo que el día anterior. Llevaba el pelo húmedo y brillante, y sus ojos me sonrieron con disimulo… había que guardar las apariencias.

Le seguí hasta una habitación distinta de la del día anterior. Me tendió una toalla y me señaló la camilla. Cuando salió, para dejar que me pusiera cómoda, se me aceleró el corazón… ¡estaba nerviosa! Respiré hondo, me retiré el albornoz y me tendí en la camilla boca abajo, a esperar.

Enseguida entró él:

- ¿Estás preparada? – susurró cerca de mi oído.
- Creo que sí – le dije, con una sonrisa. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
- Sobre todo, relájate. Déjate llevar por la música y no pienses en nada más…

Me dispuse a obedecerle, cerré los ojos mientras oía como se lavaba las manos, y… empezó mi hora de masaje.

Mis piernas fueron las primeras en sentir el calor de sus manos, que las recorrían presionando con la intensidad justa y en los lugares precisos. El aceite las ayudaba a resbalar por mi piel. Cuando llegaba a la parte superior de mis muslos… entonces rozaba con la punta de los dedos mis labios… y yo me estremecía. Estuvo así un rato, me hacía “sufrir” sólo insinuándose con la punta de sus dedos. Luego subió a mi espalda, la embadurnó de aceite y me masajeó cada centímetro de mi piel. Cuando presionaba mi cuello, uno de mis puntos más erógenos, me sentía morir. Cuando bajaba las manos por mis costados y tocaba mis pechos, se me erizaba la piel.
A esas alturas el aroma del aceite embriagaba mis sentidos y me sentía flotar… fue entonces cuando él bajó sus manos hacia mis piernas, las abrió suavemente y empezó a acariciarme decidido. Sabía lo que hacía, es curioso, pero de todos los hombres con los que he estado, ninguno me había dado la sensación de saber tan bien cuándo, dónde y cómo tocar…

Se dedicó de lleno a darme placer ¡todo un lujo! Con una mano me estimulaba el clítoris y con la otra iba introduciendo sus dedos, que con la ayuda del aceite y de mi excitación, entraban solos. Yo no podía dejar de moverme, ¡¡quería más!! Me agarraba a la camilla y movía mi culo para abrirme más a sus dedos… esos dedos que exploraban mi interior y me hacían sentir oleadas de placer. Le pedí más, otro más… y obedeció… hummmm, estaba tan excitada! Por supuesto tuve un orgasmo descomunal, ahogando mis gemidos en la camilla y exhausta, le miré con deseo.

Él tenía la frente perlada de sudor, y sonreía… Rodeó la camilla y al pasar junto a mis manos, noté su polla dura debajo del pijama blanco. Él también estaba excitado.

- ¿Te ha gustado?
- Creo que es evidente, ¡me ha encantado!
- Pues aún no hemos acabado, cielo. – me dijo guiñando un ojo - ¿crees que podrás con más?
- Lo intentaré…
- contesté con una sonrisa pícara.
- Pues vuélvete.

Me tumbé boca arriba, y mientras lo hacía toqué mi coño chorreando. Aún me estremecía al tocarme… ¡qué bueno!

Lo que siguió también fue fantástico. Después de untar mi cuerpo de aceite, y sobar mis tetas hasta no poder más, volvió a dedicarse a mi coñito y no cesó hasta hacerme casi gritar de placer, varias veces. Llegué a correrme cuatro veces. Estaba alucinada con ese hombre.

Pensé que merecía una recompensa, así que empecé a tocar su polla erecta, por encima del pantalón, y comencé a excitarme de nuevo. Él estaba muy cachondo, se le notaba, así que me puse manos a la obra, y le masturbé hasta que le hice correrse a él también… Se lo había ganado.

Cuando todo acabó, me duché y subí a mi habitación. Tumbada en mi cama recordaba cada instante de esa última hora y no podía creer lo que me había pasado. Probablemente si me hubieran dicho que aquello iba a ocurrir y yo me iba a dejar llevar así, no me lo hubiese creído… Pero así fue, y por supuesto no me arrepiento, disfruté como una loca…

Este invierno, me apetecería volver a pasar un fin de semana en un spa, pero no sé si repetiré en aquel…

domingo, 19 de noviembre de 2006

El masajista (II)

Ahora tenía que tumbarme boca arriba, y se repetiría la operación. Me dijo que a algunas mujeres no les gustaba la idea de que les tocaran el pecho, y esa zona se la exfoliaban ellas. ¿Qué prefería yo? Ni siquiera lo dudé: le dije que hiciera su trabajo, que lo haría mejor que yo.
Evidentemente, me excité… sus manos recorrían mis pechos cubriéndolos de sales, y mis pezones se endurecían a su paso. Empecé a notar mi coño humedecerse, y un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Intenté pensar en otra cosa, y relajarme únicamente, que eso era lo que buscaba al fin y al cabo, pero no era tan fácil. Cerré los ojos, y cuando creí que lo conseguiría, un río de agua tibia cayó sobre mi pecho, mi estómago, y fue bajando por mis piernas… No pude evitar estremecerme cuando el agua se coló entre mis piernas y entró en mi ya mojado coñito… Un suspiro entrecortado se escapó de mis labios y entonces él me susurró:

- ¿Estás bien?
- Más que bien –
logré articular.
- ¿Estás relajada?
- Sí, claro. Me ha gustado
– le dije yo.
- Pues te aseguro que no has hecho la mejor elección para relajarse. Podrías haber recibido uno de nuestros masajes con aceites…
-Bueno, aún estoy a tiempo, ¿no? No he programado nada para mañana.

El masajista sonrió, con un misterioso brillo en los ojos, y acercándose a mí dijo:

- No me gustaría que te fueras así. Si quieres te puedo ayudar a relajarte aún más… ¿crees que podría hacer algo al respecto?

Le miré confundida… ¿estaba insinuando lo que yo creía o sólo estaba bromeando?

- ¿Qué… qué quieres decir? – balbuceé como una tonta.
- Bueno, que si esto queda entre tú y yo… y tú me lo pides, yo puedo hacer algo para que te relajes del todo.

Me miraba fijamente, y entonces pensé: ¿y por qué no? Al fin y al cabo… no tenía que darle explicaciones a nadie.

- Adelante… - y le invité a que hiciera su voluntad. No pude negarme. Sería la música que sonaba de fondo, o sus manos, o el morbo de la situación, o que yo estaba loca, o qué sé yo, pero me quedé ahí tumbada y le dejé hacer.

Entonces, sin dejar de mirarme a los ojos, cerró el pestillo de la puerta, me quitó las braguitas de papel, abrió cuidadosamente mis piernas, y empezó a acariciarme sigilosamente. Aún tenía las manos húmedas y calentitas, y yo estaba aún más calentita, así que inmediatamente empecé a volar de placer.

Sabía exactamente dónde tenía que tocar, qué presión debían ejercer sus dedos ¡y cómo mirarme para que yo enloqueciera de gusto! Sus dedos exploraban mis labios, y pronto empezaron a penetrar en mi interior. Yo le ayudaba, con acompasados movimientos de pelvis y empezamos una danza que no podía detenerse… Con la otra mano, agarraba mis pechos, y pellizcaba suavemente mis pezones… (¡Diosss! Incluso ahora me excito al recordarlo…)

Estaba tan caliente, que gemía de gusto, y tuve que taparme la boca, para no revelarle a nadie nuestro pequeño secreto. Aquello continuó hasta desembocar en uno de los mejores orgasmos que he tenido en mi vida. Mi corazón estaba desbocado, y prácticamente no podía respirar, aunque ¡¡me apetecía gritar de placer!!
Cuando conseguí reponerme, le di las gracias, y me metí en la ducha. Él vino detrás de mí, y me miraba mientras el agua caía por mi cuerpo. Me quitó la ducha de la mano y se entregó a la tarea de retirarme, suavemente, cada pequeño cristalito de sal que aún quedase sobre mi cuerpo. Seguidamente, me secó con una toalla blanca y esponjosa, y me tendió el albornoz… Yo estaba flotando en una nube, casi me pellizco para asegurarme de que no era el mejor sueño erótico de mi vida. En ese momento, oí:

- Así, ¿te espero mañana? Tengo turno de mañana, y un aceite que huele de maravilla.
- Aquí estaré
–le dije, y salí de ese habitáculo que había sido testigo mudo de mi último orgasmo.

Al día siguiente, por supuesto, allí estaba yo… ¿Quieres saber cómo fue?

(Continuaré?)

sábado, 18 de noviembre de 2006

El masajista (I)

El estrés me agobiaba de tal manera que tuve que hacer un stop. Pedí unos días libres en el trabajo, cogí mi coche y me fui a relajarme y a alejarme del día a día, que había llegado a ser insoportable. Pensé que sería buena idea desconectar de verdad, así que, reservé habitación en un hotel con spa, en un pueblo (más bien una pequeña ciudad) no muy lejos de donde vivo. No había ido nunca, pero hice caso de la recomendación de una amiga, que fue el año anterior y volvió encantada.
Y dicho y hecho, hice mi equipaje, me metí en mi coche y me dirigí hacia el remanso de paz. No necesitaba nada más que oír música, leer, pasear y olvidarme del teléfono, del correo electrónico, de los jefes y de andar corriendo de un lado para otro, aunque sólo fuese durante tres días.
El hotel era genial: servicio, instalaciones, comida, entorno: inigualable. El primer día me dediqué a verlo todo y evidentemente, fui a informarme de los tratamientos con los que contaba el hotel. Para el día siguiente, programé dos horas de jacuzzi y baños y seguidamente un masaje con sales, que según me recomendaron iba de maravilla para exfoliar la piel.
Al día siguiente, después de estar en remojo prácticamente las dos horas y probar sobre mi cuerpo todo tipo de chorros de todas las presiones y temperaturas, me dispuse a recibir el masaje.
Yo, a aquellas alturas, ya estaba super-relajada. Incluso llegué a pensar en dejarlo para el día siguiente, pero inmediatamente cambié de idea cuando mis ojos se toparon con los del masajista. Era un tío impresionantemente guapo: moreno, de ojos negros, alto y con unos brazos fibrados que asomaban bajo su uniforme de manga corta. Con una sonrisa me invitó a pasar, me indicó dónde tumbarme y me dio unas braguitas de papel, que tenía que ponerme. Cuando salió, para dejar que yo me quitara el albornoz y me situara, no pude evitar que se me escapara una sonrisa: mi amiga, la que me recomendó este hotel, me dijo entre risas, que el único fallo que encontró en su estancia, fue que la masajista era una chica.
Pues nada, yo me tumbé boca abajo en la camilla, sólo con las braguitas y esperé…
El masajista llegó enseguida y empezó su trabajo: la verdad es que la primera parte no fue demasiado placentera, se trataba de cristales de sal, con agua, que él iba frotando por toda mi piel. No llegaba a doler, pero sí rascaba. Luego roció mi cuerpo con pequeñas cantidades de agua tibia y me retiró todo rastro de los cristales.

(Continuaré…)

domingo, 12 de noviembre de 2006

¿Se puede vivir sin sexo?

Por lo visto sí se puede… por lo menos yo aún no he muerto… y eso que va para cinco meses sin disfrutar del sexo…

Es lo que pasa cuando una relación acaba. Son años de convivencia y te acostumbras a tener un buen polvo (o no tan bueno, pero un polvo al fin y al cabo) casi a diario. En cambio ahora nada de nada; en parte porque en todo este tiempo no me he recuperado de la ruptura y no me apetecía pensar en nada más.

¿Quién fue el sabio que dijo que “el tiempo todo lo cura”? ¡Pues qué razón tenía! Me ha costado pero yo diría que he conseguido superarlo: ni una lágrima más por lo perdido. De hecho ahora no volvería con mi ex por nada del mundo: no se lo merece.

Y volviendo al tema del sexo: no me puedo creer cómo llevo tanto tiempo sin follar, ¡yo, que me vuelvo loca con el buen sexo, y he llevado una vida sexual bastante activa desde los 17 años! Quién lo diría…

Siempre hay recursos, por eso, como masturbarme, el cibersexo, o leer esos relatos buenísimos que escriben otros bloggeros. (Espero atreverme pronto a contaros alguna de mis aventuras del pasado o mis fantasías futuras). Pero todo esto se queda muy corto… donde se ponga un polvo real que se quite todo lo demás.

Prometo contaros con todo detalle mi próximo polvo, que espero que sea pronto porque… NO se puede vivir sin sexo.

El camino recorrido

Siempre he sido partidaria de no arrepentirse de lo que uno haga o deje de hacer, así que eso es lo que hago. Cuando las cosas suceden, es por algún motivo, así que no hay que darle más vueltas...
Esa es la teoría, pero, en realidad sí nos preguntamos el por qué de lo que nos sucede, y qué habría pasado si hubiésemos actuado de forma diferente. Yo, al menos, me lo pregunto. Sobre todo cuándo me encuentro baja de ánimos (como ahora) y pienso en los momentos felices que viví... ¿qué pasó para que acabasen? ¿qué hice mal? Al final concluyo pensando en que no hice nada mal: simplemente tenía que pasar, aunque aún no entiendo el motivo.
¿Realmente importa ese motivo? El camino recorrido nos marca, sin duda, pero solamente es eso: el pasado.
Lo importante es dónde estoy ahora y qué hacer para encontrarme mejor. Espero que estas líneas me sirvan para encontrar mi sitio y la felicidad.

Para empezar...

¿Cómo se le ocurre a alguien la idea de escribir un blog? Se me ocurren miles de razones, quizá tantas como blogs pueda encontrar en la red. Nunca me había parado a pensarlo, sólamente de vez en cuando echo un vistazo al rincón de algún amigo, pero nada más.
Sin embargo hoy tengo mi propia razón: ayer estuve navegando por curiosidad entre los pensamientos de mucha gente y entendí que es una forma de compartir con los demás muchos momentos importantes, buenos y malos, compartir risas, preocupaciones, miedos, alegrías, dudas... puede resultar hasta terapéutico, ¿no?
En fin, es por eso que hoy me he dedicido a abrir mi pequeña ventanita al mundo y plasmar en ella todo lo que se me ocurra. Ahora lo único que necesito es tiempo para dedicarle...