domingo, 25 de noviembre de 2007

Hacía frío

(Tu regalo)
Hacía frío cuando llegué. En el exterior la temperatura era de 8º C, y dentro de tu casa rondaba los 18º C, no la suficiente como para deshacerme del frío que traía conmigo.
Tu calefacción no estaba conectada. Soportas mejor las bajas temperaturas, y estabas bien abrigado. No obstante, querías que yo entrara en calor, así que te apresuraste a encenderla, y nos sentamos a ver la película… al menos esa era la intención.


Después de los primeros diez minutos, preguntaste si aún tenía frío. A modo de respuesta, acerqué mi mano a tu cuello y diste un brinco, acompañado de un “Esto hay que arreglarlo”. Enseguida me rodaste con tu brazo y yo podía sentir el calor de tu cuerpo, a través de tu jersey. Me estremecí. Noté cómo se endurecían mis pezones debajo de la blusa. Te apartaste ligeramente, lo justo para quitarte el jersey y ofrecerme el calor de tu cuerpo, ya sólo debajo de una camiseta. Así estaba mejor. Sin dejar de mirarme, con una sonrisa traviesa, buscaste los botones de mi blusa y empezaste a desabrocharlos… uno a uno… hasta tener frente a ti la visión del encaje de mi sujetador.
En ese momento, el frío estaba desapareciendo de mi cuerpo, para convertirse en un escalofrío… de deseo.


Me pusiste de pie, frente a ti, tus manos buscaron mis hombros, acariciándolos suavemente, empujando la blusa hasta dejarla caer a mis pies. Luego esas manos fueron a buscar mi cintura, tomándola con decisión, mientras mis labios quedaban atrapados entre los tuyos y tu lengua buscaba la mía, entraba y se revolvía en mi boca.


Podía sentir tu deseo, lo notaba, lo palpaba igual que sentía el mío… Cuando atrapaste mi pierna entre las tuyas pude notar la presión de tu sexo bajo el pantalón, pugnando por salir.
Sin dejarme apenas reaccionar, agarraste mi nuca y tiraste de mi cabeza hacia atrás. Así dejabas al descubierto mi cuello, que de inmediato comenzó a recibir besos, caricias y suaves mordiscos, haciéndome temblar las piernas.
Una vez recorrido el cuello, tu traviesa boca se cebó con mis orejas, mis hombros, mi espalda… no querías dejar ni un milímetro sin recorrer… eso me volvía loca. El broche del sujetador se abrió al paso de tu mano, y mis pechos se convirtieron en anfitriones de tus caricias. Tu boca rodeaba completamente uno de mis pechos y succionaba mi pezón con ansia. El otro, tenía a tu mano, pellizcando, rozando y jugando sin parar. Instintivamente, llevé mi mano hacia mi sexo, por encima del pantalón, notando la humedad del deseo. Te diste cuenta enseguida, y no estabas dispuesto a perdértelo, de manera que, sin dejar de besarme, la cremallera de mi pantalón empezó a bajar, y tu tibia mano a abrirse camino entre mis piernas. No pude evitar dejar escapar un gemido, al notar tus dedos abrirse camino entre mi humedad. Eso te excitó sobremanera, dejaste caer el pantalón, me pusiste con la espalda contra la pared y arrodillándote frente a mí, con una de mis piernas sobre tu hombro, te dispusiste a llevarme al séptimo cielo. Te gusta lamer mi sexo rasurado y empapado, hundir tu lengua en su interior, y mirarme a la cara desencajada de placer, mientras lo haces. Te encanta notar como mis jugos chorrean por tu barbilla y cómo me corro salvajemente gracias a ti.


Te levantaste, acalorado también, para quitarte la camiseta, que ya te sobraba. Mientras lo hacías, y antes de que te dieras cuenta, yo estaba arrodillada frente a ti, con la respiración aún agitada, buscando dentro de tu pantalón. Cuando sentiste la presión de mis dientes por encima de tu ropa interior, me suplicaste que te la comiera. Presa de la excitación y el deseo, me entregué a la tarea de hacerla mía mientras te veía gozar. Cuanto más te gustaba a ti, más me excitaba yo y con más ansia chupaba y lamía… hasta que no pudiste más, quisiste apartarme, pero fui yo quien apartó tu mano, y me quedé allí para no dejar ni una gota…


¿Frío? ¿Quién tenía frío ahora? Ni teníamos frío, ni estábamos dispuestos a tenerlo… Enseguida se nos ocurrió cómo mantener el calor…

sábado, 17 de noviembre de 2007