lunes, 27 de noviembre de 2006

El perfume

Acabo de llegar del cine. He visto “El Perfume”. He salido de allí con la misma sensación que cuando acabé de leer el libro… (tranqui, no desvelaré nada, por si la vas a ver).
Tengo que reconocer que el libro me impresionó muchísimo, y la forma que tiene el autor de describir los olores, era tan real que si te dejabas llevar, casi te parecía estar oliéndolo.
Es curioso esto de los perfumes, los olores. ¿No te ha pasado nunca que cuándo piensas en un determinado sitio, te da la sensación de percibir su olor característico? ¿Y no te ha ocurrido que cuando hueles un determinado perfume, sientes un pellizco en el estómago porque le recuerdas a él (o ella)? Yo aún soy incapaz de acercarme a cierta marca de perfume masculino…

Por cierto, ve a ver la peli, te gustará...

domingo, 26 de noviembre de 2006

Perdida en la ciudad



Cuando decidí venir a vivir a Barcelona lo hice porque me encanta esta ciudad. Pensé, y sigo pensado, que lo que no encuentres aquí es que no existe. Hay montones de opciones de trabajo, de ocio… Sólo has de encontrar tu sitio.

Durante un tiempo fui feliz, y creí que estaba encontrando mi sitio en esta gran ciudad. Encontré trabajo, amigos nuevos, el amor… no necesitaba nada más. Sin embargo, cosas que pasan, todo se fue al garete y de estar tocando la felicidad con la punta de mis dedos acabé en la situación en la que me encuentro ahora: Perdida en la ciudad.

Siempre he dicho que Barcelona puede ser lo mejor, pero también lo peor, ya que a pesar de tener tantas opciones, si te sientes sola y no sabes dónde ir, todas esas alternativas de ocio no sirven para otra cosa que para hacerte sentir peor.

En mi caso, la ruptura sentimental fue algo más que eso, ya que también supuso un alejamiento de los amigos. Me explico: cuando llegué a esta ciudad, encontré a un grupo de amigos con los que tenía muy buen rollo, y cometí el error de enamorarme de uno de ellos, y ser correspondida. Todo fue muy bien al principio, incluso vivíamos juntos, pero cuando todo acabó y quedé tan destrozada, no me veía capaz (ni aún me veo) de seguir saliendo con la misma gente y verle a él.

Ahora estoy en esa etapa de asimilar lo ocurrido, y pasar página. Cada día me lo repito: ¡¡SOBREVIVIRÉ!!, pero aún me siento perdida, no solo no he encontrado mi sitio, sino que tengo que empezar desde cero a buscarlo…

¿Sobreviviré?

sábado, 25 de noviembre de 2006

El masajista (y III)

Francamente, me costaba creer que el masaje que iba a recibir aquel día superase al del día anterior, pero allí estaba yo, con mi albornoz y esperando mi turno para dejarme llevar por aquellas maravillosas manos.

Puntualmente llegó mi masajista. Le vi incluso más atractivo que el día anterior. Llevaba el pelo húmedo y brillante, y sus ojos me sonrieron con disimulo… había que guardar las apariencias.

Le seguí hasta una habitación distinta de la del día anterior. Me tendió una toalla y me señaló la camilla. Cuando salió, para dejar que me pusiera cómoda, se me aceleró el corazón… ¡estaba nerviosa! Respiré hondo, me retiré el albornoz y me tendí en la camilla boca abajo, a esperar.

Enseguida entró él:

- ¿Estás preparada? – susurró cerca de mi oído.
- Creo que sí – le dije, con una sonrisa. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
- Sobre todo, relájate. Déjate llevar por la música y no pienses en nada más…

Me dispuse a obedecerle, cerré los ojos mientras oía como se lavaba las manos, y… empezó mi hora de masaje.

Mis piernas fueron las primeras en sentir el calor de sus manos, que las recorrían presionando con la intensidad justa y en los lugares precisos. El aceite las ayudaba a resbalar por mi piel. Cuando llegaba a la parte superior de mis muslos… entonces rozaba con la punta de los dedos mis labios… y yo me estremecía. Estuvo así un rato, me hacía “sufrir” sólo insinuándose con la punta de sus dedos. Luego subió a mi espalda, la embadurnó de aceite y me masajeó cada centímetro de mi piel. Cuando presionaba mi cuello, uno de mis puntos más erógenos, me sentía morir. Cuando bajaba las manos por mis costados y tocaba mis pechos, se me erizaba la piel.
A esas alturas el aroma del aceite embriagaba mis sentidos y me sentía flotar… fue entonces cuando él bajó sus manos hacia mis piernas, las abrió suavemente y empezó a acariciarme decidido. Sabía lo que hacía, es curioso, pero de todos los hombres con los que he estado, ninguno me había dado la sensación de saber tan bien cuándo, dónde y cómo tocar…

Se dedicó de lleno a darme placer ¡todo un lujo! Con una mano me estimulaba el clítoris y con la otra iba introduciendo sus dedos, que con la ayuda del aceite y de mi excitación, entraban solos. Yo no podía dejar de moverme, ¡¡quería más!! Me agarraba a la camilla y movía mi culo para abrirme más a sus dedos… esos dedos que exploraban mi interior y me hacían sentir oleadas de placer. Le pedí más, otro más… y obedeció… hummmm, estaba tan excitada! Por supuesto tuve un orgasmo descomunal, ahogando mis gemidos en la camilla y exhausta, le miré con deseo.

Él tenía la frente perlada de sudor, y sonreía… Rodeó la camilla y al pasar junto a mis manos, noté su polla dura debajo del pijama blanco. Él también estaba excitado.

- ¿Te ha gustado?
- Creo que es evidente, ¡me ha encantado!
- Pues aún no hemos acabado, cielo. – me dijo guiñando un ojo - ¿crees que podrás con más?
- Lo intentaré…
- contesté con una sonrisa pícara.
- Pues vuélvete.

Me tumbé boca arriba, y mientras lo hacía toqué mi coño chorreando. Aún me estremecía al tocarme… ¡qué bueno!

Lo que siguió también fue fantástico. Después de untar mi cuerpo de aceite, y sobar mis tetas hasta no poder más, volvió a dedicarse a mi coñito y no cesó hasta hacerme casi gritar de placer, varias veces. Llegué a correrme cuatro veces. Estaba alucinada con ese hombre.

Pensé que merecía una recompensa, así que empecé a tocar su polla erecta, por encima del pantalón, y comencé a excitarme de nuevo. Él estaba muy cachondo, se le notaba, así que me puse manos a la obra, y le masturbé hasta que le hice correrse a él también… Se lo había ganado.

Cuando todo acabó, me duché y subí a mi habitación. Tumbada en mi cama recordaba cada instante de esa última hora y no podía creer lo que me había pasado. Probablemente si me hubieran dicho que aquello iba a ocurrir y yo me iba a dejar llevar así, no me lo hubiese creído… Pero así fue, y por supuesto no me arrepiento, disfruté como una loca…

Este invierno, me apetecería volver a pasar un fin de semana en un spa, pero no sé si repetiré en aquel…

domingo, 19 de noviembre de 2006

El masajista (II)

Ahora tenía que tumbarme boca arriba, y se repetiría la operación. Me dijo que a algunas mujeres no les gustaba la idea de que les tocaran el pecho, y esa zona se la exfoliaban ellas. ¿Qué prefería yo? Ni siquiera lo dudé: le dije que hiciera su trabajo, que lo haría mejor que yo.
Evidentemente, me excité… sus manos recorrían mis pechos cubriéndolos de sales, y mis pezones se endurecían a su paso. Empecé a notar mi coño humedecerse, y un escalofrío me recorrió de arriba abajo. Intenté pensar en otra cosa, y relajarme únicamente, que eso era lo que buscaba al fin y al cabo, pero no era tan fácil. Cerré los ojos, y cuando creí que lo conseguiría, un río de agua tibia cayó sobre mi pecho, mi estómago, y fue bajando por mis piernas… No pude evitar estremecerme cuando el agua se coló entre mis piernas y entró en mi ya mojado coñito… Un suspiro entrecortado se escapó de mis labios y entonces él me susurró:

- ¿Estás bien?
- Más que bien –
logré articular.
- ¿Estás relajada?
- Sí, claro. Me ha gustado
– le dije yo.
- Pues te aseguro que no has hecho la mejor elección para relajarse. Podrías haber recibido uno de nuestros masajes con aceites…
-Bueno, aún estoy a tiempo, ¿no? No he programado nada para mañana.

El masajista sonrió, con un misterioso brillo en los ojos, y acercándose a mí dijo:

- No me gustaría que te fueras así. Si quieres te puedo ayudar a relajarte aún más… ¿crees que podría hacer algo al respecto?

Le miré confundida… ¿estaba insinuando lo que yo creía o sólo estaba bromeando?

- ¿Qué… qué quieres decir? – balbuceé como una tonta.
- Bueno, que si esto queda entre tú y yo… y tú me lo pides, yo puedo hacer algo para que te relajes del todo.

Me miraba fijamente, y entonces pensé: ¿y por qué no? Al fin y al cabo… no tenía que darle explicaciones a nadie.

- Adelante… - y le invité a que hiciera su voluntad. No pude negarme. Sería la música que sonaba de fondo, o sus manos, o el morbo de la situación, o que yo estaba loca, o qué sé yo, pero me quedé ahí tumbada y le dejé hacer.

Entonces, sin dejar de mirarme a los ojos, cerró el pestillo de la puerta, me quitó las braguitas de papel, abrió cuidadosamente mis piernas, y empezó a acariciarme sigilosamente. Aún tenía las manos húmedas y calentitas, y yo estaba aún más calentita, así que inmediatamente empecé a volar de placer.

Sabía exactamente dónde tenía que tocar, qué presión debían ejercer sus dedos ¡y cómo mirarme para que yo enloqueciera de gusto! Sus dedos exploraban mis labios, y pronto empezaron a penetrar en mi interior. Yo le ayudaba, con acompasados movimientos de pelvis y empezamos una danza que no podía detenerse… Con la otra mano, agarraba mis pechos, y pellizcaba suavemente mis pezones… (¡Diosss! Incluso ahora me excito al recordarlo…)

Estaba tan caliente, que gemía de gusto, y tuve que taparme la boca, para no revelarle a nadie nuestro pequeño secreto. Aquello continuó hasta desembocar en uno de los mejores orgasmos que he tenido en mi vida. Mi corazón estaba desbocado, y prácticamente no podía respirar, aunque ¡¡me apetecía gritar de placer!!
Cuando conseguí reponerme, le di las gracias, y me metí en la ducha. Él vino detrás de mí, y me miraba mientras el agua caía por mi cuerpo. Me quitó la ducha de la mano y se entregó a la tarea de retirarme, suavemente, cada pequeño cristalito de sal que aún quedase sobre mi cuerpo. Seguidamente, me secó con una toalla blanca y esponjosa, y me tendió el albornoz… Yo estaba flotando en una nube, casi me pellizco para asegurarme de que no era el mejor sueño erótico de mi vida. En ese momento, oí:

- Así, ¿te espero mañana? Tengo turno de mañana, y un aceite que huele de maravilla.
- Aquí estaré
–le dije, y salí de ese habitáculo que había sido testigo mudo de mi último orgasmo.

Al día siguiente, por supuesto, allí estaba yo… ¿Quieres saber cómo fue?

(Continuaré?)

sábado, 18 de noviembre de 2006

El masajista (I)

El estrés me agobiaba de tal manera que tuve que hacer un stop. Pedí unos días libres en el trabajo, cogí mi coche y me fui a relajarme y a alejarme del día a día, que había llegado a ser insoportable. Pensé que sería buena idea desconectar de verdad, así que, reservé habitación en un hotel con spa, en un pueblo (más bien una pequeña ciudad) no muy lejos de donde vivo. No había ido nunca, pero hice caso de la recomendación de una amiga, que fue el año anterior y volvió encantada.
Y dicho y hecho, hice mi equipaje, me metí en mi coche y me dirigí hacia el remanso de paz. No necesitaba nada más que oír música, leer, pasear y olvidarme del teléfono, del correo electrónico, de los jefes y de andar corriendo de un lado para otro, aunque sólo fuese durante tres días.
El hotel era genial: servicio, instalaciones, comida, entorno: inigualable. El primer día me dediqué a verlo todo y evidentemente, fui a informarme de los tratamientos con los que contaba el hotel. Para el día siguiente, programé dos horas de jacuzzi y baños y seguidamente un masaje con sales, que según me recomendaron iba de maravilla para exfoliar la piel.
Al día siguiente, después de estar en remojo prácticamente las dos horas y probar sobre mi cuerpo todo tipo de chorros de todas las presiones y temperaturas, me dispuse a recibir el masaje.
Yo, a aquellas alturas, ya estaba super-relajada. Incluso llegué a pensar en dejarlo para el día siguiente, pero inmediatamente cambié de idea cuando mis ojos se toparon con los del masajista. Era un tío impresionantemente guapo: moreno, de ojos negros, alto y con unos brazos fibrados que asomaban bajo su uniforme de manga corta. Con una sonrisa me invitó a pasar, me indicó dónde tumbarme y me dio unas braguitas de papel, que tenía que ponerme. Cuando salió, para dejar que yo me quitara el albornoz y me situara, no pude evitar que se me escapara una sonrisa: mi amiga, la que me recomendó este hotel, me dijo entre risas, que el único fallo que encontró en su estancia, fue que la masajista era una chica.
Pues nada, yo me tumbé boca abajo en la camilla, sólo con las braguitas y esperé…
El masajista llegó enseguida y empezó su trabajo: la verdad es que la primera parte no fue demasiado placentera, se trataba de cristales de sal, con agua, que él iba frotando por toda mi piel. No llegaba a doler, pero sí rascaba. Luego roció mi cuerpo con pequeñas cantidades de agua tibia y me retiró todo rastro de los cristales.

(Continuaré…)

domingo, 12 de noviembre de 2006

¿Se puede vivir sin sexo?

Por lo visto sí se puede… por lo menos yo aún no he muerto… y eso que va para cinco meses sin disfrutar del sexo…

Es lo que pasa cuando una relación acaba. Son años de convivencia y te acostumbras a tener un buen polvo (o no tan bueno, pero un polvo al fin y al cabo) casi a diario. En cambio ahora nada de nada; en parte porque en todo este tiempo no me he recuperado de la ruptura y no me apetecía pensar en nada más.

¿Quién fue el sabio que dijo que “el tiempo todo lo cura”? ¡Pues qué razón tenía! Me ha costado pero yo diría que he conseguido superarlo: ni una lágrima más por lo perdido. De hecho ahora no volvería con mi ex por nada del mundo: no se lo merece.

Y volviendo al tema del sexo: no me puedo creer cómo llevo tanto tiempo sin follar, ¡yo, que me vuelvo loca con el buen sexo, y he llevado una vida sexual bastante activa desde los 17 años! Quién lo diría…

Siempre hay recursos, por eso, como masturbarme, el cibersexo, o leer esos relatos buenísimos que escriben otros bloggeros. (Espero atreverme pronto a contaros alguna de mis aventuras del pasado o mis fantasías futuras). Pero todo esto se queda muy corto… donde se ponga un polvo real que se quite todo lo demás.

Prometo contaros con todo detalle mi próximo polvo, que espero que sea pronto porque… NO se puede vivir sin sexo.

El camino recorrido

Siempre he sido partidaria de no arrepentirse de lo que uno haga o deje de hacer, así que eso es lo que hago. Cuando las cosas suceden, es por algún motivo, así que no hay que darle más vueltas...
Esa es la teoría, pero, en realidad sí nos preguntamos el por qué de lo que nos sucede, y qué habría pasado si hubiésemos actuado de forma diferente. Yo, al menos, me lo pregunto. Sobre todo cuándo me encuentro baja de ánimos (como ahora) y pienso en los momentos felices que viví... ¿qué pasó para que acabasen? ¿qué hice mal? Al final concluyo pensando en que no hice nada mal: simplemente tenía que pasar, aunque aún no entiendo el motivo.
¿Realmente importa ese motivo? El camino recorrido nos marca, sin duda, pero solamente es eso: el pasado.
Lo importante es dónde estoy ahora y qué hacer para encontrarme mejor. Espero que estas líneas me sirvan para encontrar mi sitio y la felicidad.

Para empezar...

¿Cómo se le ocurre a alguien la idea de escribir un blog? Se me ocurren miles de razones, quizá tantas como blogs pueda encontrar en la red. Nunca me había parado a pensarlo, sólamente de vez en cuando echo un vistazo al rincón de algún amigo, pero nada más.
Sin embargo hoy tengo mi propia razón: ayer estuve navegando por curiosidad entre los pensamientos de mucha gente y entendí que es una forma de compartir con los demás muchos momentos importantes, buenos y malos, compartir risas, preocupaciones, miedos, alegrías, dudas... puede resultar hasta terapéutico, ¿no?
En fin, es por eso que hoy me he dedicido a abrir mi pequeña ventanita al mundo y plasmar en ella todo lo que se me ocurra. Ahora lo único que necesito es tiempo para dedicarle...